Una estrella caída del cielo
Mónica Araya maraya@cadexco.net | Martes 03 noviembre, 2015
No sé quién sería yo si no fuera por que Dios nos la mandó directo del cielo
Una estrella caída del cielo
La palabra estrella tiene sus orígenes en el latín (stella) y se le llama así a todo cuerpo celestial que brilla con luz propia. No es de extrañarse que por esa definición les llamemos “estrellas” a las personas extraordinarias y, por lo general, muy distintas del promedio.
Usualmente son personas que brillan y sobresalen en algún aspecto de su vida profesional, deportiva o personal. En la historia de la navegación antigua, se solían usar las estrellas y constelaciones como guía para navegar a un lugar. Las estrellas son guías en el caminar de muchos.
Pues bien, el 10 de julio de 1935, en la ciudad de Atenas, Alajuela, en un hogar muy, pero muy pobre, nace la mujer que más admiro, a la que le debo mi vida y a la que ha iluminado mi camino. Una mujer realmente extraordinaria, cuya historia es realmente difícil de resumir en un artículo.
Aunque sé que su nombre no necesariamente ha sido de su agrado, yo puedo dar fe que realmente encaja muy bien con su personalidad: Estrella.
Sí, nació en un hogar de grandes carencias y su vida ha sido sumamente dura, difícil y en ocasiones hasta cruel, sin embargo, las circunstancias no la han vencido nunca. Al contrario, siempre está con una sonrisa en la boca y con la cartera lista para salir a dar una vuelta. ¡Maquillada y arreglada, por supuesto! ¡Primero muerta que sencilla!
Protagonista de una historia colmada de machismo y una niñez llena de violencia y hambre. Se asegura después que sus hijos crezcan con amor y atenciones constantes.
Mamá nos enseñó sobre todo a amar a Dios, a ser agradecidas, a ser disciplinadas, constantes, a buscar el crecimiento con nuestro esfuerzo, a que el estudio sería importantísimo para tener un mejor futuro, a no darnos por vencidas nunca, pero especialmente a amar la vida.
Aunque en algún momento nos haya mencionado que es difícil perdonar, me he dado cuenta de que a quienes constantemente le ocasionaron heridas profundas, siempre los perdonó. Tan solo ayer, recordando algunas anécdotas de su infancia y matrimonio, se le salían las lágrimas de dolor. Solo Dios pudo darle la fortaleza y la fe para salir adelante a tanto sufrimiento y seguir viendo la vida con tanto optimismo.
En silencio resolvió sanar la mayoría de sus heridas, se dedicó con esmero a mantener unida la familia, a conciliar para poder generarnos algo de paz y tranquilidad.
Yo no había entendido por qué soportó y se sacrificó tanto durante tanto tiempo, aunque ella tenía muy claro su propósito. Ella era el pilar de estabilidad en nuestra casa, la negociadora, la amorosa, la paciente.
Hoy, siendo madre, entiendo mejor todo lo que entregó por nosotros y por qué lo hizo, pero especialmente he aprendido a valorarlo. No sé quién sería yo si no fuera por que Dios nos la mandó directo del cielo.
Le doy gracias a Dios por la madre que me dio, una mujer admirada y querida por muchos y que aun tengo la dicha de poder disfrutar.
Hoy no es el día de la madre, pero como todos los días debemos celebrarlo, en especial si se goza aún de su presencia. Si ud tiene la dicha de tener a su madre con vida, demuestrele que la ama y que valora su esfuerzo. No siempre lo hacemos cuando aún queda tiempo.
Mónica Araya
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