Venezuela
Vilma Ibarra vilma.ibarra@gmail.com | Miércoles 25 mayo, 2016
Hacen bien nuestros expresidentes en alzar la voz para respaldar a la debilitada Organización de Estados Americanos que es la institución multilateral a la que le corresponde intentar mediar en el conflicto
Hablando Claro
Venezuela
Cualquiera medianamente informado por cualquier vía, pero especialmente con la conexión directa que amigos y parientes establecen en la inmediatez cotidiana de este mundo abierto de comunicaciones de hoy, sabe que los hermanos venezolanos la están pasando mal. Hacer fila, transar en mercados negros y buscar agenciárselas como se pueda para obtener lo que se necesita —en muchos casos— con desesperación, es la constante. Y a la emergencia económica de la carestía, la hiperinflación (la más alta del mundo) y la especulación, hay que agregar la inestabilidad política, que ya data de mucho pero que se agudiza cada vez más.
Venezuela vive hoy en estado de excepción. Según el presidente Maduro se vio obligado a acudir hace ya varios meses a esa medida, porque fuerzas extranjeras y opositoras internas buscan derrocarlo y por tanto él debe primero intentar aplacarlas. El desabastecimiento —intenta convencer a los afligidos ciudadanos— es provocado desde fuera y con el concurso de malos hijos desde adentro.
La situación de Venezuela —todo el mundo lo sabe— se viene deteriorando a pasos agigantados desde hace mucho tiempo.
No es cierto como dicen algunos políticos aquí en nuestro país, que si nos pronunciamos a favor del respeto a la legalidad y el estado de derecho, vayamos a empujar más la polarización existente.
No podemos tapar el sol con un dedo.
No es cierto que aticemos el conflicto, solo porque como verdaderos demócratas alcemos la voz en defensa de los principios democráticos.
Es cómodo —eso sí— ponerse del lado de la “neutralidad”. Es cómodo no opinar desde la inmensa zona del confort de nuestra arrellanada holgura democrática. Después de todo, para eso funcionan muy bien frases sobre soberanía y autodeterminación.
Y es cierto que los pueblos tienen derecho a tomar sus propias decisiones. Pero cada caso debe valorarse en su especificidad.
Sin ir muy lejos, Brasil está viviendo horas democráticas complejas. La presidenta Rousseff está siendo procesada y en menos de seis meses se dirimirá si podrá o no concluir su mandato. Y nos guste o no, ese proceso transita por los cauces del estado institucional de derecho del Brasil. Y por complejo e incluso criticable que nos parezca, la comunidad internacional lo respeta.
En Venezuela también se ha respetado desde fuera el proceso interno. Hasta ahora que Maduro intenta sojuzgar la institucionalidad a su arbitrio. La misma institucionalidad que perfiló el chavismo a lo largo de sus años de asentamiento y consolidación y que ahora no le sirve. Por eso, amenaza con disolver un Congreso salido legítimamente de las urnas. Por eso intenta aplastar una solicitud de referéndum de casi dos millones de firmantes.
Hacen bien nuestros expresidentes en alzar la voz para respaldar a la debilitada Organización de Estados Americanos que es la institución multilateral a la que le corresponde intentar mediar en el conflicto. Aunque creamos que ya es tarde para ello, no debemos renunciar a la búsqueda de mecanismos de apoyo a los venezolanos.
No es decente a estas alturas quedarnos callados.
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