Vericuetos
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 20 diciembre, 2007
Este año no le voy a enviar una carta al Niño.
Siendo completamente franco, no creo que Santa tenga suficiente paciencia y recursos para traerme, desde su albergue del Polo Norte, lo que le tendría que pedir, ni que Rodolfo el Reno y sus compañeros puedan acarrear tan inmenso cargamento.
Como que a uno, con los años, se le van haciendo humo las esperanzas de que Santa, el Niño o los Reyes Magos se reúnan en un magno concilio para resolver todos los problemas que nos aquejan desde siempre. La verdad es que mejor dejarlos que se concentren en hacer realidad las ilusiones de los más pequeños porque en definitiva, los problemas que nosotros nos creamos deberíamos resolverlos nosotros mismos. ¿O no? No me parece justo que nos jalemos torta tras torta y que después, como quien no quiere la cosa, les echemos la culpa a los de arriba porque no nos traen su solución como regalo de Navidad.
Por eso, mejor no pido nada este año, que no va a ser por mi linda carta que se resuelvan la injusticia, la pobreza, la enfermedad, y todos nuestros múltiples males y desgracias: que unos dejen de invadir a otros, que otros dejen de bombardear a unos, que la gente deje de morirse de hambre, que se gaste tanto en nada y nada en tantos, que millones no tengan para comer o que dejen de morirse los seres humanos por enfermedades que podrían curarse.
Tampoco va a ser porque yo lo pida que cosas mucho más simples que la justicia y la paz mundial se puedan resolver. Ya no están ni el Niño, ni Santa, ni los Reyes en edad de estar oyendo majaderías de tanto pedigüeño soñador. Cada quien a lo suyo.
Eso sí, aunque no haya carta, es decir, aunque no lo pida, quiero seguir esperando, como cada fin de año, que durante el próximo se nos cumplan las ilusiones que nos rehusamos a perder; porque si nos toca a nosotros, y no a ellos, solucionar todos nuestros problemas, se me hace más realista y, por supuesto, más plausible, que algún día lo podamos conseguir, aunque para ello debamos aportar una muy buena dosis de buena voluntad y, sobre todo, de mucha, mucha, sensatez.
Ojalá que el año entrante podamos salir de nuevo a caminar por la avenida central y regresar sanos y salvos, o circular en carro sin temor a ser asaltados. Ojalá que deje de entrar tanto maleante como Pedro por su casa y que a las playas de este país puedan volver las familias sin temor a exponer a sus hijos a escenas de drogas y tanta prostitución. Ojalá que la justicia vuelva a ser ciega, pero sobre todo, rápida y cumplida.
Ojalá que los diputados concuerden por el bienestar de todos y que sepan interpretar la voluntad y las decisiones de la mayoría; que los políticos vuelvan a sentir el compromiso moral de su función y de los cargos que ocupan. Que los maestros piensen en los niños, los sindicatos en el pueblo, los empresarios en los más pobres y que todos seamos más solidarios.
Ojalá que pongamos los pies en la tierra, demos gracias a Dios por darnos mucho más de lo que merecemos, pensemos mucho menos en nosotros y mucho más en los demás, que el amor y la generosidad todo lo pueden. Feliz Navidad.
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