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Votos en subasta

Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 18 junio, 2009



De cal y de arena
Votos en subasta

Mil dólares... cinco mil dólares... diez mil dólares... ¿Quién da más? La subasta —vulgar, descarada e inmoral— empaña por completo las virtudes que puedan concurrir al traspaso de la administración de los puertos de Limón y Moín a un empresario privado, al que se le comisionarían, también, su modernización y la construcción de nuevos muelles. La persistencia con que se deja oír el ruidoso golpe de mazo que convoca al remate, dibuja en detalle los elementos propios de una presunción fáctica de que hay un suculento negocio en la olla de cocimiento rápido, vil manera de notificar a la sociedad costarricense de la existencia de una subasta de conciencias en la que unos ponen precio y otros no se ofenden sino que piden más. Aún así, esta sociedad no reacciona ni se indigna ni reclama por este envilecimiento en los negocios del Estado; seguramente su tabla de valores se ha deprimido y su aptitud crítica se extinguió por la presión mediática que tanto resalta al “chirriche”, la farándula y el periodismo “corrongo”.
De ahí que un tema de tanta trascendencia como este de los muelles escape a todo debate sobre sus características técnicas y jurídicas y sobre los riesgos que pueda representar la privatización de una de las áreas estratégicas de las competencias del Estado. ¿A tanto ha llegado la crisis de valores como para que las políticas de gobierno aten su suerte a la suerte de lo que no es ni más ni menos que una subasta?
Si la privatización de los muelles de Limón y Moín es justificable porque la respaldan razones de sobrada pertinencia económica, técnica y jurídica y por ser inmune al “chorizo”, convenza entonces el gobierno a sus ciudadanos y pare de una vez por todas el remate, dedicándose a demostrar que este no es un nuevo “alterrazo”.
Los intereses económicos en juego son enormes. También la presión mediática generada por estos mismos intereses. Desde allí plantean la cuestión en términos maniqueos y satanizan cualquier objeción o reserva hasta sofocarla con sus grandes recursos, curiosamente convergentes en los temas que también desvelan al poder político y que no son el bien común.
Esta forma de manejar el asunto portuario es común en la gestión de la administración Arias de los grandes expedientes. Importantes vacíos informativos gravitan y dan pie a todo tipo de especulaciones porque la norma de la rendición de cuentas ha sido reducida a expresión simbólica, por gracia de que el principio de frenos y contrapesos entre los poderes del Estado y una oposición vigorosa e inexpugnable que vele por la rendición de cuentas, brillan por su ausencia.
Esta es una nueva constatación de que la concentración de poder (el poder político, el poder económico y el poder mediático hechos una piña) tiene a la democracia sometida a un proceso de peligrosa depauperación, de lo que mucha gente no se percata.
Pero quienes con leche nos hemos quemado hasta la cuajada soplamos y desconfiamos de esos proyectos faraónicos escamoteados al gran debate público. Más si se trata de silenciar las voces críticas con los sugestivos billetes verdes.

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