De cal y de arena
Mientras asábamos elotes
Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 04 noviembre, 2010
Desde el momento en que el gobierno de Nicaragua arropa las acciones de Edén Pastora en el río San Juan y lo hace desplazando brigadas del ejército sandinista hasta el área de Isla Calero, los hechos dejan de ser un episodio propio de opereta y fruto de las payasadas con que ese comandante siempre ha querido figurar y ganar protagonismo. Es un hecho grave, muy grave, el que por medio de su Cancillería, ese gobierno emita un pronunciamiento que desconoce la soberanía costarricense y proclama urbi et orbi que Isla Calero le pertenece porque —pretexta— así lo declaran el Tratado Cañas-Jerez y las Cartas Alexander. Atropella la historia, desconoce los convenios vigentes entre ambos Estados y ridiculiza los mandatos de la Corte Internacional de Justicia. Más aún, se burla de los interlocutores costarricenses ante quienes ha maquillado sus arbitrariedades para hacer creer que todo ha sido producto de un error de Pastora y que está decidido a enmendarlo y a retornar al statu quo anterior.
¡Pura paja! Desplazó su soldadesca provista de armas pesadas, improvisó unos ranchos para afirmar sus derechos de posesión y tumbó la rama de güitite que servía de asta al Pabellón Nacional de Costa Rica. Todo un rosario de hechos muy graves y afrentosos dirigidos a tantear la firmeza y la capacidad de reacción de nuestro gobierno.
Al fin y tras mucho trastabillar, la Cancillería costarricense toma en serio el caso y adopta medidas en correspondencia con la solución pacífica del diferendo, reclama la intervención de la Organización de Estados Americanos a efectos de verificar la legitimidad de nuestros reclamos y demanda, por derivación, el amparo a la Soberanía de Costa Rica en aquella isla de modo que se obligue a Nicaragua a retirar su brigada y a respetar lo que mandan aquellos Tratados y lo resuelto por la Corte de La Haya.
Esto está bien. Sin embargo malo, muy malo ha sido el manejo del Ministerio de Relaciones Exteriores en los intermedios precedentes. Porque en momentos críticos y cuando la tensión exigía su presencia en San José, el Canciller y su segundo prefirieron seguir gozando las delicias de los viajes. Porque menudearon las declaraciones encontradas. Porque el consejo de los mejores ases de nuestra diplomacia (Ugalde, Sáenz, Carreras) se evidenció ausente. Porque doña Laura se refugió en una Casa Amarilla torpe y negligente y dejó hacer y decir a un Ministerio de Seguridad Pública cargado de inepcias y debilidades para encarar diplomática y jurídicamente un diferendo no militar.
¿En qué estaba la Presidenta de la República que no se percató del despelote y que prefirió pretextar una delegación de responsabilidades que solo procede cuando se tiene un canciller de la talla de Oduber, Facio, Madrigal o Ugalde?
Es inexplicable la molicie de nuestros gobiernos a la hora de interpretar el significado de un gobierno inescrupuloso tras una “frontera caliente” como es la del norte. Asumamos nuestros deberes en ese territorio en el más irresponsable desamparo, con unos cuantos puestos de vigilancia mal dotados, mal armados y mal entrenados, sin vías de acceso, sin los mejores sistemas de radiocomunicación y sin capacidad para anticipar movimientos inamistosos del vecino… y también del narcotráfico y el contrabando. Hemos estado asando elotes.
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